María, baja de los altares
Me cuesta reconocerte, disfrazada de tantas devociones, que poco se parecen a la valiente seguidora de Jesús.
Seria, ajena, llena de joyas, con vestidos de oro, y muy diferente a la mujer sencilla de Nazareth.
La mujer que yo quiero es la esposa alegre de José y la que servía en Caná, la del niño perdido en Jerusalén y la que grito con el Magnificat ante Isabel.
La que oraba en Pentecostés y la que sigue pidiendo que Dios derribe poderosos, exalte a los humildes y haga justicia a los pobres, en los pueblos humillados de la actualidad
Precisamente, me gusta verte en las calles, en el rostro de muchas mujeres, que luchan diariamente por un futuro mejor.
En las que buscan a sus hijos desaparecidos, victimas del sistema actual.
En las que sufren feminicidios, y en las que exigen respeto porque sus derechos están siendo pisoteados de manera ruin.
Me gusta buscarte entre las campesinas del ejido, cuyas parcelas les fueron arrebatadas por la ambición, y entre las obreras que reciben sueldos menores al del varón.
Me gusta saludarte en las madres solteras que sufren rechazos sociales y en las que sufren abusos del patrón.
Ven María, baja de los altares, y camina con los pueblos que necesitan tu valor.