El placer del cambio
Por Francisco Zúñiga Esquivel
¡Qué feo ambiente!, pensaba cada mañana Juanito cuando salía de casa rumbo a la escuela.
Desde niño fue igual, porque apenas pasaba el umbral de la puerta y veía la calle donde vivía, una mueca de disgusto aparecía en su rostro, y apresuraba los pasos para salir lo más pronto de ese ambiente deprimente.
Las calles sucias, papeles por todos lados. Las bolsas de basura rotas por los perros que merodeaban el lugar. La plaza de la esquina, llena de maleza, con los juegos maltratados, las bancas despintadas, pero al menos completas.
Le hubiera gustado que un hada apareciera y lo llevará por lo menos a una de esas colonias por donde pasaba todos los días, con jardines perfectamente recortados, regados cada tercer día, con autos nuevos en la calle. Un ambiente muy distinto al que vivía cada día.
Un día, llegó un nuevo maestro, y lo primero que hizo fue darles lo que Juanito y sus compañeros calificaban de mera perorata, aburrida y sin sentido. Juanito fue el primero en ser cuestionado. ¿Te gusta el lugar donde te sientas?
– No, yo quiero estar en la ventana, y este banco tiene un clavo que me molesta.
El maestro sacó un martillo de su portafolio y se lo dio a Juanito. Todos rieron, y él se quedó muy serio, temeroso del bullying.
. Tienes dos opciones: Aguantar toda la vida el clavo, o meterlo en la madera hasta que deje de molestar. Y quizá alguno de tus compañeros quiera cambiar su lugar en la ventana por el tuyo. Siempre hay alguien que desea lo que tu rechazas. Debemos aprender a negociar.
Luego, el maestro se dirigió a todos: aprendan algo, si no les gusta donde se sientan, o el lugar donde les nacer, nadie los obliga a quedarse ahí para siempre. Pero eso implica trabajar duro para ganarse otro sitio, o trabajar más duro para cambiar todo donde vives.
Esa tarde, Juanito le pidió a su tío el jardinero, unas tijeras para ir a cortar la hierba de la plaza. El tío no sólo se las prestó, sino que ordenó a sus hijos que lo ayudaran. Decía tu abuelo -recordó- que las palabras empujan, pero el ejemplo arrastra.